por Achille Lollo, para el Correio da Cidadania, 23feb2015
El 9 de Octubre del 2014, el director de la Dirección General del Comercio de la Comisión Europea, el belga Karel De Gucht, – substituido hoy por la sueca Cecilia Mallstrom – daba para conocer públicamente un documento de diez-ocho paginas, en las cuales se resumían, de forma sucinta, los términos del intercambio de libre comercio que se están negociando entre la Unión Europea y los Estados Unidos de América. Acuerdo identificado por las iniciales TTIP, (Transatlantic Trade and Inversion Partnership o Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión).
El texto completo de las cuestiones debatidas por los comités presididos por los dos negociadores, el español Ignacio García Bercero para la UE y Dan Mulley para los EE.UU., sigue siendo, todavía, un secreto de estado misterioso, del cual tan sólo ocho funcionarios de la Comisión Europea sabrán el contenido. Incluso los miembros del Parlamento Europeo, que en junio deberán ratificar el texto del acuerdo, no estan al tanto de estas negociaciones. Por desgracia, sólo se conocen unos pocos capítulos sobre el comercio de los servicios públicos y de la electrónica (e-commerce), que fueron publicados el año pasado por el semanal alemán Die Zeit. Por su parte, el Huffington Post retomó más tres capítulos sobre la energía, mientras que la organización estatunidense Center for International Environmental Law lograba recuperar algunos extractos sobre la estandarización arancelaria del sector químico.
Oficialmente, el TTIP nació en junio de 2013, cuando el presidente Barack Obama y el entonces presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, iniciaron la primera ronda de negociaciones, poniendo fin a una preparación compleja que duró doce años. En este largo período, se registró el fracaso del AMI (Acuerdo Multilateral sobre Inversiones), la congelación de los acuerdos promovidos dentro de la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Tratado de Libre Comercio TLC entre los EE.UU., Canadá y México y las infructuosas negociaciones para el ALCA (EE.UU. y los países de América del Sur).
La experiencia acumulada en la definición de estos acuerdos ha sido utilizada por los EE.UU. y la UE para definir el TTIP y también el CETA (Acuerdo bilateral UE-Canadá), el TISA (Acuerdo General sobre los servicios públicos), el acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y los países del Magreb y, finalmente, el TPIP, acuerdo de libre comercio transpacífico entre los EE.UU. y los países de Asia, excluyendo a China, Corea del Norte, Vietnam e India.
Todos estos acuerdos tienen en común la lógica geo-política de la globalización del capitalismo, revelandose, por lo tanto, como una poderosa herramienta al servicio de la estrategia global de los Estados Unidos y, al mismo tiempo, necesaria para establecer un sistema de control económico a nivel mundial por parte de las corporaciones y de los conglomerados financieros.
Hoy en día, las alegaciones de los Estados Unidos reafirman su liderazgo imperial en el nuevo contexto internacional, ya que los efectos y las consecuencias de la dinámica de los diferentes procesos de la globalización (económica, comercial, cultural y mediática) han producido cambios importantes en el mundo. En primer lugar, la afirmación de una geo-política alternativa, representada por los países emergentes, hoy en día conocidos por el acrónimo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). De hecho, el resultado directo de la liberalización de los mercados ha provocado también la rápida disminución de la “Trilateral” (EE.UU., Japón y la Unión Europea) que, desde 1997, es decir, inmediatamente después de la imposición del Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI), no pudo hacer valer su centralidad, a pesar de que los EE.UU. hubiesen logrado desintegrar la URSS y atrincherarse militarmente en el Medio Oriente.
Para recuperar una centralidad geo-política y geo-estratégica, las “excelencias” de la Casa Blanca, además de desempolvar las viejas teorías de los años cincuenta, desarrolladas durante la ejecución del Plan Marshall en Europa, han prestado mucha atención a los estudios del Instituto CATO y del Consejo Atlántico, que han analizado las consecuencias geo-políticas de la globalización, cada vez más profundas y dinámicas, y la afirmación de la liberalización del mercado. Por otra parte, estos estudios estaban preparando una “hoja de ruta”, identificando los elementos que la Casa Blanca tendría que perseguir, con el fin de reafirmar el liderazgo económico mundial de Estados Unidos. En la práctica, se sugirió a las excelencias de la Casa Blanca, para ejercer la autoridad política y el poder militar y para comenzar a redefinir los estándardes de la producción mundial, el establecimiento de disciplinas capaces de ordenar los mercados, así como la superación del concepto de trabajo asalariado. Un escenario, en el cual los EE.UU. se trasladaron a la perfección, tratando de fijar las nuevas reglas para el movimiento de mercancías y capitales y, a continuación, establecer los procesos de regulación de las distintas áreas de negocio, con el objetivo de garantizar a las empresas y a los conglomerados financieros de Wall Street más ganancias capitalistas y una alta capacidad de penetración en todos los sectores de la economía mundial.
Elementos que se convertirán afirmativamente en geo-políticos y geo-estratégicos, cuando los EE.UU., después de la decepcionante experiencia del AMI, en 1997, comenzaron a usar el arma del comercio bilateral y de la inversión, con el objetivo de redefinir su ámbito de influencia geo-estratégica y de ampliar el potencial de desarrollo económico, tecnológico y cultural de las multinacionales en los mercados mundiales, gracias al poder de la industria militar, de los medios y de los conglomerados financieros de Wall Street.
El acuerdo de libre comercio entre los EE.UU., Canadá y México llamado NAFTA (North-American Free Trade Agreement, Acuerdo de Comercio de América del Norte Libre), ratificado en 1994 por Bill Clinton, fue la primera experiencia en la que las excelencias de la Casa Blanca se enfrentaron al reto de “armonizar las leyes del comercio bilateral con México y Canadá y, por lo tanto, proveer más dinámica a la economía de los tres países”. De hecho, fue un brillante intento a expensas de México, donde el potencial de las multinacionales estadounidenses y canadienses logró desarrollar formas de monopolio en esa parte del continente americano, que resultaron ser las primeras herramientas metodológicas para desafiar la soberanía del Estado, el concepto de nación, la esencia de los derechos de los ciudadanos y, sobre todo, la función de los sindicatos y del trabajo.
A seguir, George W. Bush trató de vasalizar América del Sur y América Central con el tratado por la Zona de Libre Comercio de las Américas llamado FTAA (Free Trade American Agreement, Área de Libre Comercio de las Américas, ALCA en español) que, sin embargo, en 2005, fue menos a sus expectativas, gracias a la posición crítica de los países vinculados al MERCOSUR y a la intransigencia de Brasil. Un tratado que luego fue finalmente enterrado en 2008, cuando los EE.UU. explotaron la insolvencia de la propiedad de valores (bonos), provocando una crisis financeira mundial, que puso al descubierto las contradicciones del capitalismo estadounidense, además de causar desastres auténticos en Europa, Asia y en el resto del mundo.
En 2009, después del apoyo masivo de la FED, la economía estadounidense comenzó a preferir más las relaciones políticas y económicas con los países de la Unión Europea, que en 2010 exportaron $ 220.000 millones, es decir 720 millones de productos, con un valor que, en general, representa el 40% del PIB mundial. El mantenimiento de esta tendencia comercial y la conclusión de los trabajos de la Comisión Prodi – favorable, sin embargo, a los tratados multilaterales con otros países del mundo -, ponen en marcha la idea de un tratado bilateral entre Europa y los EE.UU..
Así, en 2010, los EE.UU. revivieron la propuesta de un acuerdo de libre comercio, que la Comisión Europea acordó con los ojos cerrados, a sabiendas de que las negociaciones no se habrían restringido a la definición de los productos y a la reducción de los derechos de aduana, ya muy bajos y que en promedio tocaban el 3%, a excepción de ciertos productos textiles y artículos de componentes de la automoción, que alcanzaban el 8%.
Pero hoy sabemos que el Tratado TTIP aspira a “armonizar los reglamentos que reducen las barreras no arancelarias”, que impiden a las multinacionales y a las grandes empresas exportadoras de los Estados Unidos de poder invadir los mercados europeos. En la práctica, el TTIP es una especie de barra de hierro con la que la Chevron y otras enormes empresas energéticas, la Monsanto y la Cargill, junto con otros gigantes de la industria del agro-bussiness, de la farmacología, de la química, de la electricidad, del transporte y de los conglomerados financieros de los Estados Unidos, van a tratar de socavar los elementos normativos, que hasta ahora han obstaculizado las exportaciones de Estados Unidos a países de la Unión Europea, ya que no tenían las garantías necesarias, que al contrario los productos europeos tienen.
Ustedes deben recordar que el comportamiento de Karel De Gucht, Director de la Dirección General de Comercio de la Comisión Europea, ha sido determinante en la imposición de un avance en las negociaciones del TTIP. De hecho, De Gucht provocó una pasión frenética para el TTIP, declarando a la prensa que: “… un estudio solicitado por las industrias estadounidenses sobre el TTIP destaca el crecimiento anual del PIB del 1% de la Unión Europea, además de registrar la creación de cientos de miles de puestos de trabajo”. Declaraciones impactantes, que permitieron al Presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, de “secretar” las negociaciones, para evitar las críticas, ya que un estudio económico solicitado por la Comisión Europea, señalaba que “… El impacto del TTIP sobre el PIB de los países de la UE se limitaría a una tasa de crecimiento de 0.1% con respecto a un periodo de diez años…. “. Un valor que los economistas definieron “insignificante”.
Pero las críticas más importantes que se realizan frente al TTIP son principalmente de naturaleza política y económica, ya que con la llamada “armonización de los reglamentos”, en realidad, las multinacionales estadounidenses, finalmente, logran evadir el “principio de precaución” que la Unión Europea ha adoptado en 1992, después de la Cumbre de la ONU en Río de Janeiro. Un principio que se basa “… en la lógica de la prioridad absoluta de los derechos de las personas físicas sobre los derechos de las personas jurídicas.” Por esta razón, en la Unión Europea un producto no puede ser vendido a menos que haya superado una serie de pruebas obligatorias, con el que las agencias de controles tienen la certeza de que eso no va a perjudicar a los consumidores. Un principio que no existe en los EE.UU., donde los organismos de control, de acuerdo con la lógica del liberalismo económico, permiten la puesta en marcha inmediata de los productos, que sólo se detendrán, cuando miles de consumidores informasen que han sido perjudicados por envenenamiento u otros dramas de carácter físico. Además, el consumidor estadounidense tendrá que asumir todos los gastos jurídicos para procesar a la industria de transformación y pedir una indemnización.
Por esta razón, la multinacionales farmacológicas en los EE.UU., en Mayo de 2013, impusieron al entonces jefe negociador de Estados Unidos, Michael Froman, de presentar en la mesa de negociaciones en Bruselas dos cuestiones importantes: a) la retirada del principio de precaución, ya que aumentaría los costos de producción, además de retrasar el lanzamiento de nuevos productos en el mercado; b) el reconocimiento de patentes y derechos de propiedad intelectual, para evitar la producción de medicamentos genéricos. Según “Big Pharma”, estos dos temas serían “… Una barrera no arancelaria, que impide el ejercicio de su derecho al provecho…”.
Al propósito, el Premio Nobel de la Economía en el 2001, Joseph Stiglitz, en el agosto del 2014, en una conferencia realizada en la Galería Nacional de Escocia, Edimburgo, declaró: “… En esencia, el TTIP dará lugar a la reducción de las garantías y a la falta de protección de los derechos de los consumidores. Por su parte, los partidarios del TTIP dicen que el acuerdo estimulará el crecimiento económico en los países de la UE. Un crecimiento, sin embargo, que un estudio de la Universidad de Tufts en Massachusetts pone en discusión, recordando que el TTIP tiene otros efectos adversos, inclusive la desarticulación del mercado interior europeo, la depresión de la demanda interna y, por lo tanto, la consiguiente reducción del PIB en la mayoría países de la UE. El estudio de la Universidad de Tufts es importante, porque se centra en el futuro de la agricultura europea, hecho generalmente con pequeñas propiedades, que no pueden soportar la competencia desleal de los productos OGM, y mucho menos evitar que las multinacionales estadounidenses del agro-business, con la escalada de la crisis en el sector agrícola, vayan a comprar a precios de plátano las tierras de los pequeños productores, para hacer plantaciones de OGM. Y entonces ¿qué pasa con las diferencias cualitativas en la cría del ganado, que en los EE.UU. está engrasado con productos a base de hormonas y fitohormonas, mientras que los pollos son sometidos a baños de cloro?”
Más tarde, Joseph Stiglitz fue exhaustivo al afirmar que “… la gran meta del TTIP es la desclasificación de la función social del trabajo. Con el TTIP, en Europa la mayoría de los asalarios se bajará, para llegar al nivel de los de EE.UU., que, como todo el mundo sabe, es más bajo que lo de Europa. Así que los únicos beneficiarios serán las filiales europeas de las multinacionales estadounidenses, que finalmente podrán pagar a sus trabajadores en Europa de acuerdo con los parámetros vigentes en los EE.UU.. Entonces, si alguien trata de oponerse, no puede acudir a un tribunal nacional tradicional, donde el juez utiliza los códigos nacionales (penal y civil). ¡No! Con el TTIP, el recurso debe hacerse a través de un tribunal de arbitraje de Estados Unidos, que es un tribunal de carácter privado, dominado por los abogados del personal de las multinacionales, muchas de las cuales también realizan la función de los jueces!”
[Traducción del italiano por Marco Nieli]
Achille Lollo es un periodista italiano, correspondiente de Brasil de Fato en Italia, editor del programa TV “Quadrante Informativo” y columnista del “Correio da Cidadania”
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