por Néstor Francia
Análisis de Entorno Situacional Político
Jueves 28 de septiembre de 2017
El jalabolas
Hace un par de días, en su mini columna de Ciudad CCS “El kiosco veraz”, el periodista, amigo y constituyente Earle Herrera se refirió a temas que pueden resultar escamosos si surgen en una conversación con algunos especímenes de la diversa fauna chavista, y que habían sido abordados poco antes por el mismísimo presidente Maduro: la corrupción y el jalabolismo. Earle lo hizo en los siguientes términos: “El presidente Maduro llamó a luchar contra los corruptos y a apartar a los jalabolas. Entre ambos sujetos no sé cuál le hace más daño a las revoluciones. El primero devasta los recursos públicos, el segundo la moral, aunque no se coja medio. Ignoro si todo corrupto es un jalabolas –debe serlo-, pero no me cabe duda de que todo jalabolas es un corruptor y, sobre todo, un corrompido. Con voluntad y leyes inexorables se combate al primero. El segundo es impermeable”. En efecto, el Presidente se había pronunciado contra los corruptos y exigido “apartar” a los jalabolas, como refiere el conocido periodista: “Tenemos que ir a una batalla inclemente contra ellos. Hay que hacer una gran revolución ética, política, moral, más allá de la palabra, más allá de la denuncia”.
El origen del término “jalabolas” es objeto de discusión, aunque todos entre quienes lo debaten coinciden en que no tiene nada que ver con los testículos del hombre.
La versión más aceptada es la que sugiere que el vocablo, muy criollo, proviene de las cárceles de Juan Vicente Gómez, cuando los presos eran encadenados a pesadas bolas de hierro, a la usanza de otras prisiones del mundo, que dificultarían cualquier intento de huida. Resulta que había quienes, por dinero u otras prebendas, solían cargar las pesadas bolas férreas de otros presos. Del mismo origen es la expresión “echarse las bolas al hombro”. Con el tiempo, la acepción de “jalabolas” se hizo sinónimo de lisonjero o adulador.
En Venezuela se usa también la voz “jalamecate”, que es anterior a la de “jalabolas”, y que se deriva de quienes mecían las hamacas de los poderosos halando de los mecates que las sostenían.
En todo caso, todo el mundo en Venezuela sabe lo que significa “jalabolas”. Uno de los problemas de los corruptos y los jalabolas es que nunca reconocerán públicamente su condición, más bien harán de todo para ocultarla. El jalabolas suele disfrazar su vicio confundiéndolo, ex profeso, con lealtad, respeto o admiración. Tanto la corrupción como el jalabolismo actúan en los escenarios del poder. Que sepamos, el único jalabolas que se ha reconocido como tal es el personaje de ficción de un célebre joropo que estuvo en boga hace unos pocos años y que se titulaba, precisamente, “Yo sí soy un jalabolas”.
En el blog “Lecturas, yantares y otros placeres”, se lee que “… el arte de jalar, como la mentira, como la envidia, es una baja pasión humana. Pero la naturaleza es tan extraña y contradictoria que en el mundo entero todo jalador termina premiado aunque luego la sociedad lo desprecie”. La frase es interesante, ya veremos por qué.
Nosotros, desde hace muchos años, hemos sido críticos duros y constantes del jalabolismo en el chavismo, vicio más frecuente de lo que se cree, y que se manifiesta de variadas maneras. Hay el jalabolas más o menos nítido, un personaje bastante nauseabundo, capaz, por jalar, de vender hasta a su propia madre. También el taimado, que actúa con inteligencia y disimulo. Un típico caso como este último es el del jalabolas pegajoso. Invitado a actos públicos o coleados en los mismos, buscan la manera, con especial don, de pegarse a los poderosos. Tratan de agradarles, de interesarles, de hacerse popular entre ellos, y así sacar ventajas. Para estos sujetos, el poderoso es un verdadero imán, al que debe arrimarse para poder jalarle a placer.
Conocimos uno de esta especie que era delatado por su lenguaje corporal. Apenas veía a un ministro, presidente de institución, jefe de una empresa del Estado, diputado y afines, no solo se le acercaba, sino que ensayaba el gesto, imperceptible para la mayoría, de inclinar su cuerpo hacia él, demostrando interés u obsecuencia. Hay el jalabolas comunicacional, ducho en jalar por prensa, radio, televisión y redes digitales.
En realidad, todo jalabolas existe en la medida en que hay a quien jalarle.
Lamentablemente, es muy común que al poderoso le guste la adulación, en la misma medida en que se muestra refractario a la crítica. En general, el Poder es un campo fértil para el jalabolas.
Nosotros siempre hemos dicho que para el revolucionario la crítica no es un derecho, sino un deber. Pero las voces críticas a menudo son las menos escuchadas. El crítico es una piedra en el zapato del poderoso. Eso nos exime de algunos privilegios que de todas maneras nos importan muy poco: cargos, fama, frecuentes viajes y hasta bienes materiales. Lo malo es que el crítico leal solo puede ayudar si le paran bolas, así no jale bolas. El jalabolas no ayuda, todo lo contrario, alcahuetea el error y, por ende, lo prolonga.
Tiene razón Earle cuando plantea que al corrupto se le puede combatir con voluntad y leyes, pero que el jalabolas es impermeable, ya que el jalabolismo es fácil de detectar pero muy difícil de comprobar. Por supuesto, contra ese vicio no puede nada la Constituyente.
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