Palabras del Embajador Julián Isaías RODRIGUEZ DÍAZ, en ocasión del cumpleaños 60 del Com Hugo CHÁVEZ FRÍAS y de la clausura del III Congreso del PSUV
CARACAS, 28 DE JULIO DE 2014
Por fin alguien se había instalado en el país para comprender a los pobres
por Julián Isaías RODRIGUEZ DÍAZ
Cada vez que me refiero a Hugo Chávez siento entre ceja y ceja al hombre que más admiré en los últimos quince años; al amigo, al guía y al conductor.
Llegó como un elegido a la Venezuela agotada. Nadie como él dio tantas respuestas a las demandas legítimas del pueblo. Nadie como él expresó con la humildad de un maestro de escuela su discurso didáctico, sin grandilocuencias, enfático y sin ostentaciones. Hablaba sin razonamientos complicados y todo el mundo lo entendía.
Nació un día como hoy, el 28 de julio de 1954, pero hay gente que nace varias veces. Él nació otra vez con los acontecimientos del 27 de febrero de 1989 y, posteriormente, el 4 de febrero de 1992. Después de su eterno “por ahora” se quedó suspendido en el imaginario popular como esas ánimas que en el llano llaman los santos de la sabana.
Por fin alguien se había instalado en el país para comprender a los pobres. Para luchar por ellos y hacernos entender que para ellos no hubo nunca derechos ni justicia. Pero aún más sin derechos, sin techo y sin justicia, insólitamente, debían darle gracias a Dios por todo lo que tenían.
Encontró Hugo Chávez a su llegada, una Venezuela donde la desigualdad era la regla y donde la gente de abajo no existía. Nadie los tomaba en cuenta y eran totalmente inexistentes para eso que llaman las “estadísticas de estado”. Eran absolutamente invisibles, como Garabombo, el personaje inolvidable de Manuel Scorza.
Las quejas de los pobres no se oían. Sus reclamos y sus denuncias sobre los abusos no se escuchaban. La indiferencia y la desatención producían una sorpresiva y extraña invisibilidad que como enfermedad afectaba a todas las autoridades del interior y de la capital de Venezuela.
Ellas no veían a los invisibles. No querían verlos. Y no era este un hecho de esos que pudiéramos llamar banal. Marcaba exactamente el momento en el cual históricamente se necesitaba una nueva libertad. Estos hechos fueron para ese tiempo el rasgo más real y más objetivo del poder. Los marginados no existían. Una clase social que aún los oprime expresaba su dominación, tal cual como ahora, escondiendo las ideas así como hoy se esconde la leche y el azúcar.
Pasito a pasito Mi Comandante fue consiguiendo una pequeña pizca de credibilidad y otra pizca de confianza. Poco a poco fue creciendo en la esperanza y en las expectativas de los infelices. El país de los humillados no aguantaba más. Estaba absolutamente obstinado de esperar y mantenerse en calma. Pasito a pasito El Comandante fue ganando la voluntad de los oprimidos. Pero, primero que él, llegó aquello que llamaron “el caracazo”.
Sin líderes, ni dirigentes el pueblo ocupó las calles de las más importantes ciudades del país. No asaltaron joyerías, ni bancos, ni tiendas de ropa, sino abastos, bodegas, mercados, carnicerías y puestos de verduras.
Fundamentalmente víveres y alimentos. Harina de maíz, leche en polvo, carne, verduras, arroz, pasta, frijoles y azúcar. Muy pocos repararon en bienes materiales. Cierto es que rompieron vidrieras pero fueron esencialmente los mercados lo que la gente arrasó. La fotografía de un hombre con media res en el hombro le dio la vuelta al mundo.
El empobrecimiento o la decisión de ser libres ¡Uno no sabe! convirtieron la indignación en acción. Los reporteros retrataron el Juicio Final en cada calle. La respuesta fue increíblemente sorpresiva. La gente más humilde, la de ningún ingreso cobró de esta manera tanto atropello, tanta iniquidad y tanta humillación.
¡Respondieron de esa manera contra quienes los negaron y negaron también su hambre y sus necesidades! Durante 48 horas la chusma de la que hablan los amos del valle fueron los dueños absolutos de la Venezuela próspera.
Había estallado una violencia postergada para enfrentar esa otra violencia que ofende y humilla en silencio; que impide existir; que nubla y que, sin hacer ruido, transforma en seres inexistentes a quienes trabajan para otros o peor aún, a quienes no han tenido la oportunidad de trabajar ni una sola vez.El miedo cundió en las esferas del gobierno y el ministro encargado de conservar el orden se desmayó. Cayó como muerto frente a las pantallas de los canales de televisión. El gobierno había coordinado todo para que la represión pudiera observarse nítidamente. Hasta en el más minúsculo de sus detalles, pero Dios existe y en aquellos circuitos donde nada debía quedar sin verse se vio al ministro desplomarse y caer largo a largo en la mitad de la pantalla.
Luego vino el toque de queda, la ley seca y las informaciones de que la morgue estaba repleta de cadáveres. Con la suspensión de garantías el estado manipuló para sacar la gente de las calles. La medida no tenía otro fin que intimidar e impedir las aglomeraciones y manifestaciones. Solo que también impidió la información de cuanto sucedía. Desapareció el derecho a la vida, a la inviolabilidad del hogar, al debido proceso, a la integridad personal, a la dignidad y al decoro.
¡Hasta la libertad de expresión quedó restringida!
De nada valió la denuncia de los reporteros tratando de rescatarla. Los periodistas decían que a la verdad jamás se le puede dar carácter subversivo, pero el gobierno respondió que las medidas y el estado de sitio… “eran para preservar la estabilidad y el orden…”.
Mi Comandante el día del estallido se encontraba en su casa con los hijos, desesperanzado. Eran otros quienes agredían al pueblo. Sufrió, Mi comandante, en su propio cuerpo, el terror, la persecución y el dolor de la gente que no tenía poder.
¡La ira y la desesperación se lo comían por dentro!
He revivido muchas veces cada uno de estos hechos. Los he recordado con sufrimiento y aun oigo el sonido de las ametralladoras en los tanques y en los carros militares vomitando su soberbia de plomo contra un pueblo desarmado.
Diez mil o más ciudadanos, mujeres, hombres, niños y niñas murieron con el pecho y los brazos abiertos en las calles. Nunca se ha sabido con certeza el número de víctimas que hubo en aquel momento. Aún hoy, después de veinte años, los parientes las escudriñan. Cuerpos desaparecidos siguen siendo buscados por familiares obstinados y testarudos. La respuesta de ellos cuando se les pregunta por qué tanto empeño, es enternecedora. Queremos, dicen, un sitio donde llevarles flores y colocarles una vela.
¡En vano los hurgan todavía, nadie sabe dónde fueron asesinados. Una fosa común, blanqueada con cal, cubre aún muchos de los huesos por desenterrar!
Ha pasado de esto, algún tiempo.
Fue después, mucho después, cuando desde muy cerca observé al Comandante bajarse del carro militar. Lo vi enfrentar en 1992 a los oficiales y soldados que incumplieron la orden del Libertador de no disparar contra el pueblo ¡Maldito sea el soldado que voltee sus armas contra su propio pueblo!
Habían pasado exactamente tres años y, ahora, con otros oficiales, con otros soldados y otros carros militares, mi Comandante, confrontó a quienes cometieron la espantosa masacre del 27 de febrero de 1989.
Fue precisamente este 27 de febrero el preámbulo para la rebelión militar del 4 de febrero de 1992. Gracias a esta rebelión el comandante desayunó conmigo años después en mi apartamento frente a la sede de los tribunales, en la calle Vargas de Maracay,.
Desde el 4 de febrero de 1992 me identifiqué con él y con su proyecto de hacer una nueva Constitución. Mi Comandante intentó tomar el poder civil y militar por una vía no convencional, pero no era el tiempo para ello. Tal como había ocurrido el 27 de febrero de 1989 la oligarquía volvió a derrotar la causa popular. Juzgado Mi Comandante, y judicialmente condenado fue liberado en 1994, dos años después.
¡Un indulto o un sobreseimiento ordenado por el Presidente Constitucional de la República debió ser la consecuencia de unos cuantos arrepentimientos diferidos!
Mi Comandante en 1997 entró al apartamento donde yo vivía. A poco de sentarse me pidió que le acompañara en las nuevas tareas que emprendería. Estaba dispuesto, dijo, a hacerse democráticamente con la presidencia de la república de Venezuela.
Le respondí con respeto que yo había atravesado todos los desiertos de la política… la incredulidad… la frustración… el desengaño… los desaciertos, las traiciones y que estaba, casi como después lo he vuelto a estar, profundamente decepcionado de los dirigentes políticos, de la política y de los partidos venezolanos sin excluir ninguno.
¡No creo en nada, ni en nadie! Le dije…. Agradecí, sin embargo, su gesto de confianza y su intención de volver a hacerme creer en algo. Le ratifiqué, con las debidas consideraciones, la alegría de estar absolutamente identificado con él desde el 4 de febrero de 1992, pero que perdonara, porque en realidad no confiaba, ni creía en nadie.
Con mis heridas abiertas le expresé que Venezuela no sería rescatada nunca a través de un golpe de estado y que la lucha por el poder, con todas las contradicciones que ello significara en aquel momento, debía pasar por una cadena de actos democráticos, inclusive electorales, para llevar sin violencia o con la menor violencia posible el país a puerto seguro.
Manifesté –y durante mucho tiempo he pensado que no fue oportuno hacerlo saber- que no tenía fe en muchos de quienes lo estaban acompañando. Unos, porque eran de una izquierda que era poco zurda y otros porque solo Dios sabría a que apostaban.
En cuanto a los de izquierda le di a Mi Comandante varios nombres conocidos y le expresé que ellos jamás lo aceptarían por jefe.
Confieso que no se sorprendió cuando le manifesté que estos próceres de la guerra no creían sino en “ellos mismos” y jamás tendrían por jefe a un teniente coronel.
De los otros, hablando lo más prudente y silencioso que pude, expresé: “muchos de ellos no son sinceros, ni con usted, ni con el país. Tienen poca formación política, demasiada vocación autoritaria y muy poco coraje”.
Le manifesté que algunos de estos señores con charreteras brillantes detestaban a quienes no vistieran de uniforme. Le expresé que estos no creían sino en la espada, el bastón de mando y el uniforme de gala.
Respetuosamente le sugerí que tuviera cuidado con ellos, porque algunos podían ser solo compañeros de una historieta de papel para sentirse héroes de un fin de semana. ¡El camino les quitará las máscaras! Me atreví a declarar. Pocos, muy pocos, sobrevivirían para la gloria y la libertad, opiné finalmente.
Me oyó con tolerancia. Me miró siempre a los ojos. Nunca perdió la compostura, ni tampoco la calidez de su voz. No alteró el tono, ni la ternura de su aplomo. Tal vez pensaba en construir el movimiento cívico militar que forma parte de ese mestizaje político y revolucionario con el cual estamos construyendo un socialismo mulato y moreno Insistió serenamente en persuadirme: ¡De todos modos quiero contar contigo!
Lo recuerdo con su fuerza sincera y leal, donde había carga, deuda, empeño y responsabilidad; donde había respeto y entereza. Me reiteró que se marchaba pero… que la conversación no concluía…
Cuando se retiró, confieso que me dejó pensando….
En febrero de 1998, decantado de quienes miraban por encima del hombro al Che Guevara. Sin tanta hombrera y trencilla junta. Sin los que lo dejarían solo en el primer intento de golpe de estado que hubo contra él. Sin esa cobardía y oportunismo uniformado, me visitó de nuevo.
Esta vez respondí que lo acompañaría. Mi Comandante había decidido participar como candidato a la presidencia de la república de Venezuela y todo el que tuviera una pizca de compromiso debía asumir lealmente esta actitud.
Se arriesgó a desmontar esa verdad inefable de nuestra historia, según la cual nadie se despoja de privilegios sin haber calculado como mantenerlos intactos. Lo eligieron…lo eligieron presidente de Venezuela… en un contexto único y quizás irrepetible para América Latina.
Después de su elección la región empezó a salir de los radares internos de los Estados Unidos del Norte. Nueva Constitución y nueva lógica se instauraron en Venezuela. Esta vez el gobierno no bajó de la montaña, ni disparó un solo tiro, no tenía barba, ni experiencia, pero sí compromiso.
¡Decidí acompañarlo…!
Mi Comandante asumió la jefatura de un gobierno democrático que desembocaría en una revolución. Por vía electoral pero con rumbo hacia la revolución. La legitimidad de una elección popular universal y directa le confirió la conducción de un proceso nuevo… Después, ganaría 14 elecciones seguidas en trece años.
Mi Comandante entregó a su pueblo desde su gestión soberanía, respeto, cohesión social y dignidad. Su lenguaje llano y directo fue desafiante, pero modesto y ágil. Su palabra tenía la malicia y la valentía que hace sudar el alma de los pueblos. Hablaba con un verbo que llegaba a los oídos y a los corazones.
Se propuso hablar de economía de manera sencilla y lo logró. Rompió el academicismo babeliano que tanto confunde. Siempre sostuvo que el lenguaje es un mecanismo de opresión y de dominio, inclusive de exclusión.
Una vez manifestó que todos los lenguajes son mecanismos para hacer que los pueblos permanezcan al margen de sus procesos sociales y políticos. Es de esa forma como se les aísla, decía. Los hombres y mujeres del pueblo desconocen lo que ocurre día a día en sus narices porque el lenguaje todo lo encubre. Es ese lenguaje el que hace que la gente se vuelva ausente, como atontada y medio muerta.
Sus alianzas internacionales y la reducción de la oferta del petróleo hicieron que Venezuela tuviera recursos económicos suficientes para la salud y la educación, así como para promover más y mejor democracia o, por lo menos, para diseñar una democracia que no fuera tan hipócrita.
Fueron estas alianzas las que permitieron incorporar al pueblo al protagonismo y a la movilización. Esa tarea implicó riesgos y exigió una inmensa reforma, pero al final, entregó a los ciudadanos confianza, participación, compromiso e identidad. Entendió, además, que su revolución no tendría éxito si la encerraba en las fronteras de su país y la dejaba presa en un solo territorio.
Al igual que Bolívar y otros libertadores pensó que repúblicas incomunicadas se agotarían en sí mismas. Cuando la lucha se dispersa contra un enemigo común no se tiene éxito. Auspició entonces la solidaridad, la complementariedad y la idea de una patria continental.
¡Fue así como pudo oponerse a la globalización!
Con su ayuda y la estrategia de un forcejeo valiente contra poderosos consorcios económicos internacionales abrió camino para otros procesos libertarios y democráticos en el continente y en el mundo.
Su irreverencia hizo menos difícil la lucha contra el imperialismo y las transnacionales. A éstas las confrontó sin temor y estuvo siempre dispuesto a respaldar y a dar solidaridad a los gobiernos hermanos y a sus vecinos. Mi Comandante entendió con claridad meridiana la importancia del momento histórico que vivía y aun vive la América Latina.
Haber garantizado la independencia política y económica de Venezuela en instancias internacionales le permitió hablar con firmeza, de igual a igual, de quién a quién. Fue esa, una de las razones por las cuales logró enarbolar la bandera del socialismo necesario.
Esperó hasta el 2005 para darla a conocer.
No blandió empero cualquier socialismo… empuñó uno que tuviera raíces en su patria. Que fuera escuela de libertad y opinión. Uno, que mantuviera semejanzas con los credos y tradiciones de América Latina. Vinculado a los ríos y a los árboles, a la naturaleza, al ambiente, al agua y a los valores solidarios de los primeros habitantes de la Abi Ayala de los primeros días.
Recreó de esta manera los principios del socialismo científico, los modos de producción y la dialéctica hegeliana. Incorporó, como forjador de luchas sociales, al Jesús del camello y del ojo en la aguja, al Cristo Redentor del látigo contra los mercaderes en el templo.
Igualmente incorporó la ausencia de propiedad privada en las culturas indígenas de América Latina. Agregó las experiencias de lucha de ellos contra los españoles, la entrega libertaria de nuestros próceres independentistas y sus cartas, sus proclamas, sus discursos, sus delirios y sus contradicciones.
Incorporó el amor como fuente de lucha. El verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor, dijo él Che. Creía Mi Comandante en el amor al prójimo y en el amor a la humanidad
Con el menor costo humano llevó a cabo su proceso de cambios revolucionarios y sustanciales en Venezuela. Los adversarios lo reconocerán algún día. Aunque en verdad se lo merecen ninguno de nuestros adversarios ha sido masacrado como lo fue el pueblo guatemalteco en 1954, en la Guatemala de Arbenz o como lo fue el pueblo chileno en 1973, en el Chile de Allende.
Aportó Mi Comandante un camino alterno a la violencia revolucionaria para hacer una sociedad de iguales. Hasta ahora la violencia ha sido la única forma de hacer parir a la historia. Venezuela sin embargo se permite ofrecerle hoy a los pueblos una precaria, pero valiosa experiencia de que por otra vía, en otro tiempo puede ser posible otro mundo, con otra civilización y una mayor justicia social. Sin que ello sea rigurosamente cierto, algunos llaman a nuestro proceso “revolución pacífica y electoral”.
Es todo esto lo que se conoce con el nombre de chavismo. El chavismo es práctica y doctrina. Es teoría y praxis de un socialismo tropical sustentado en las raíces culturales y libertarias de todos los pueblos que libertó Simón Bolívar. Chavismo es también trozos de Palestina sin esos viejos y nuevos testamentos que se utilizan para someter y para chantajear religiosamente a la humanidad. Chavismo es el coraje valiente con el cual el presidente Maduro reclamó la libertad de uno de nuestros generales ante Holanda para desbaratar las maniobras provocadoras de los Estados Unidos. Chavismo es el Comandante vivo en sus ideas y en su pensamiento.
¡No nos engañamos, es cierto, Mi Comandante, no está más físicamente…! Vi personalmente y por televisión sus funerales. Había más de tres millones de ciudadanos saludándolo. El luto se extendió a varios países y desde entonces las calles y las plazas se llaman como él.
Para despedirlo recuerdo que escribí notas como esta:
“Me enseñaste a luchar y a vencer. Es cierto que las revoluciones las hacen los pueblos y la historia. Pero en algún momento fuiste tú el padre de todo, así como paradójicamente eres el hijo de todo.
¡Querido Comandante, te vamos a extrañar! Diremos ¡presente! cuando nos convoques desde cualquier lugar. ¡Te seremos leales…!
Contigo, la lealtad es una palabra nueva. La creaste con otro nombre. La llamaste soberanía, que es una palabra sólidamente femenina. Tan femenina como Constitución y como vida….
El cáncer y el dolor, por el contrario, son vocablos masculinos. Más allá de que te lo hayan inoculado siempre me ha parecido que tu parte masculina aprendió de toda la fortaleza femenina que cargabas la forma de construir esa estirpe llena de símbolos con la que desafías tu muerte.”
¡Hasta la victoria siempre, Comandante!
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