por Fabio Marcelli | 20 de mayo de 2016
Nada a que ver con el referéndum revocatorio contra el presidente Nicolás Maduro. Consciente de las dificultades cada vez mayores asociadas a la opción revocatoria, regulada en detalle en la Constitución Bolivariana (art. 72), donde se establecen los requisitos precisos en términos del número de firmas a ser recogidas y del número de votos válidos, claramente fuera del alcance de la oposición de derecha, los líderes de esta última están haciendo desesperados llamados a los Estados Unidos para que intervengan militarmente contra el gobierno chavista. La nota “la” al vergonzoso coro de invocaciones guerreristas la ha dado el ex presidente colombiano Álvaro Uribe, experto profesional en crímenes contra la humanidad.
Sin embargo, es importante comprender que si se alcanza el esperado acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC-EP, el nefasto personaje quedaría fuera del juego, con la perspectiva incluso de terminar ante la Corte Penal Internacional por sus muchos delitos; razón por la cual busca sembrar confusión para incendiar la región. Siguiendo la ruta trazada por semejante “defensor de la paz y la democracia” se han escuchado las quejumbrosas peticiones de ayuda de varios exponentes de la derecha venezolana.
Los Estados Unidos por su parte, aun siendo conscientes de las dificultades y los riesgos de una intervención militar, no dejaran escapar, así de fácil, una oportunidad de oro para poner sus garras en uno de los principales yacimientos de petróleo del mundo. En este contexto, hay que interpretar decisiones aparentemente incomprensibles, como la de declarar a Venezuela “una amenaza para los intereses y la seguridad nacional de Estados Unidos”, así como la de asignar importantes montos de dólares para financiar la oposición venezolana, incluyendo ayuda militar y el uso de equipos sofisticados para la interceptación y el control como el Boeing 707 E-Sentry que, en los últimos días, violó repetidamente el espacio aéreo venezolano. Más o menos con la misma lógica de intromisión en los asuntos venezolanos, encontramos los patéticos intentos para exhumar una organización tan deslegitimada como la Organización de los Estados Americanos (OEA), mediante la aplicación de la llamada “Carta Democrática”. A pesar de su moribunda condición, la OEA está presionando al máximo para provocar la suspensión de los países en los que aparentemente se registren violaciones de la democracia, con el voto de dos tercios de los Estados miembros.
Pero, lo menos divertido es el hecho de que el secretario de esa desprestigiada organización, un tal Almagro, hiperactivo en los asuntos venezolanos, se ha limitado en lo que respecta a la situación de Brasil, a invocar con poco éxito, la opinión consultiva de la Corte Interamericana de Derechos Humanos; a pesar de que en este último país, como consecuencia del golpe de Estado judicial y parlamentario contra Dilma Rousseff, deberá asumir el control del gobierno, durante mucho tiempo, un vicepresidente como Temer, notoriamente corrupto y apoyado por un irrisorio porcentaje de la población.
Volviendo a Venezuela, el mecanismo de invasión ya se ha puesto en marcha desde hace algún tiempo. Hablamos de los contingentes estadounidenses anclados ya en Honduras, país donde empezó, con la destitución ilegal del Presidente Zelaya, la serie de golpes más o menos blandos contra los presidentes democráticos reacios a apoyar la tradicional subordinación de América Latina a Washington. La última expresión fue el golpe judicial y parlamentario de los corruptos, contra la presidente de Brasil, Dilma Rousseff.
La intervención militar de Estados Unidos contra la Venezuela Bolivariana y chavista sería la guinda de la torta de esta estrategia de reconquista. Descaradamente, por supuesto y como siempre, y obviando cualquier principio jurídico internacional, puede justificarse tal ignominia mediante una masiva campaña mediática que incorpore nombres destacados de la prensa del statu quo, como The New York Times y The Washington Post. Para crear el clima adecuado, los sectores violentos de la oposición venezolana reviven las Guarimbas, campañas de agitación que provocaron 43 víctimas mortales hace dos años, incluyendo muchos policías y transeúntes al azar, muertos por disparos o decapitados por las guayas con las cuales los guarimberos bloqueaban los caminos. Continúa también la implacable guerra económica, acaparando los bienes de primera necesidad y saboteando los servicios sociales al punto de incendiar, como lo han hecho en otras ocasiones, guarderías y centros de salud.
Esta estrategia irresponsable, apunta esencialmente a transformar Venezuela en un nuevo Irak y toda el área caribeña en un nuevo Medio Oriente. Cuando no es posible, y cada vez menos lo es, generar hegemonía y encontrar consenso, el imperialismo dominante promueve y genera procesos de desestabilización sangrienta. Fortalecida por una mayoria que la favoreció en las elecciones de diciembre, la oposición podría haber tomado el camino de la unidad nacional y la cooperación sincera para resolver los problemas económicos del país. Pero era demasiado esperar una actitud responsable hacia el pueblo por parte de oligarcas acostumbrados a tener como prioridad exclusiva sus propios intereses, aún si eso significa sacrificar la independencia y la soberanía nacional, conceptos que nunca han comprendido, dada la estrechez de su visión y su propensión innata a la servidumbre incondicional a Washington.
La perspectiva, sea quien sea el vencedor en las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos (probablemente y por desgracia no será Bernie Sanders) es desencadenar una nueva guerra de agresión, esta vez cerca de casa. Después de todo, el abundante petróleo venezolano bien merece un esfuerzo extra. Las víctimas elegidas de esta aventura, obviamente, serían las del pueblo venezolano y la paz mundial. Por lo tanto, esperamos que se detenga esta espiral guerrerista, que sólo puede prevenirse como ha acertadamente señalado Maduro, con la reanudación, el crecimiento y la consolidación del proceso de lucha popular en Venezuela y en toda América Latina, en una nueva fase de la revolución democrática, que supere los límites de diverso calibre que, hasta ahora, ha evidenciado.