por David Gómez Rodríguez
@davidgomez_rp
Hace una semana en Venezuela nuevamente se conmemoró el día de la resistencia indígena. Con este hecho se demuestra en términos prácticos que hemos asumido consciencia en torno a la importancia de lo simbólico, pues no es poco decir que mientras en el mundo celebraban el día de la raza o de el descubrimiento de América, en nuestra patria hemos decidido rendir honor a la valentía de los pueblos originarios al resistirse a lo que debe ser reconocido como el genocidio más grande y cruel cometido en la historia.
En ese entonce se utilizaron las tres calaveras de Colón como un instrumento con el cual abrieron una grieta por la cual luego pasarían, desgarrado hasta los huesos, la violencia y la miseria en busca de oro. No bastó y trajeron a fuerza de sangre la cruz, a la cual utilizaron más que como símbolo de salvación como herramienta de tortura. No la clavaron en la tierra sino en nuestras cabezas y en nuestra carne, no dijeron luz sino oscurana. No trajeron el cielo sino el infierno.
La situación en el siglo XXI no es muy distinta, hoy sufrimos de un terrible peligro en torno a la neocolonización, pues los territorios en disputa no sólo están demarcados por fronteras, o por el ejercicio legítimo de la soberanía, como en el caso de Puerto Rico, sino que hoy el territorio del que quieren hacerse está en nuestras mentes y espíritus, y del instrumento rudimentario de la religión pasaron a la construcción de una sofisticada industria cultural. Pues, conquistando nuestras conciencias ellos pueden acceder no sólo a nuestras tierras sino a nuestra voluntad. Así, siempre recibiremos a Rambo y al Capitán América con los brazos abiertos mientras destrozan nuestras ciudades y explotan nuestros campos petroleros a costa de proteger su mundo de “libertad”, un mundo del cual nos excluyen de forma racista y xenófoba, ejerciendo la doctrina Monroe como una práctica de dominación en donde sus portaaviones están también llenos de símbolos que apuntan a la conciencia, la cultura, la ideología y la identidad. Es la Cuarta Flota mass media. El caballo de Troya del siglo XXI.
El maestro Luis Britto García nos da luces al respecto en su libro El imperio contracultural: Del rock a la posmodernidad, y Dussel nos plantea la decolonización como un programa de lucha frente a esa realidad, en la cual tenemos como primer objetivo desaprender. Se trata de deconstruir la realidad levantada en base a arquetipos cónsonos con la reproducción metabólica del capital y plantearnos nuevos conceptos y formas de interactuar con nuestro entorno basado en prácticas y valores ancestrales cónsonos con un proyecto de justicia social, economía comunal y democracia participativa. Se trata de reconocernos y al mismo tiempo desarrollarnos en nuestros términos.
En este siglo hemos podido avanzar en este sentido, no sólo en términos filosóficos sino prácticos, hemos logrado mirar la realidad no solo desde la abstracción y hemos ejercido una militancia fértil a pesar de los embates continuos del imperialismo. Dussel asegura que “el imperio, Estados Unidos, ha ido siempre modificando sus prácticas para detener la emergencia de los pueblos latinoamericanos. En algún momento fueron las dictaduras militares, después fue el atractivo de la expansión de las trasnacionales y el neoliberalismo. Pero, efectivamente, desde el fin del siglo XX, desde 1999, y debe decirse que por influencia de la experiencia muy particular de Venezuela, hemos presenciado el avance de las fuerzas progresistas”. En el contexto actual vemos cómo este escenario se ve seriamente amenazado por el fascismo y el avance de una corriente de ultra derecha en el continente. No se trata de que en América Latina los ciudadanos se hayan hecho conservadores, se trata de un tratamiento de las esperanzas y un discurso agresivo que ha pretendido (y logrado en buena medida) el quiebre de los gobiernos de izquierda en el continente. Pero esto sólo es posible a través de la manipulación y el manejo de lo psicológico a través de una campaña sucia que podríamos categorizar como una guerra mediática sin precedentes, sólo comparable con la promoción del anticomunismo en los años de la guerra fría.
Es vital decodificarnos en un proceso que ponga como centro el debate económico y cultural, que nos permita identificar las formas de dominación tanto materiales como ideológicas que nos han impuesto, no sólo en la relación entre el colonizador y el colonizado, sino también entre los que fuimos colonizados. Este proceso de transformación pasa por todas las relaciones humanas, en especial aquellas que cumplen una función formativa. Es así como la familia, la comunidad y la escuela se convierten en espacios fundamentales para la construcción de una nueva sociedad, en ellos hace falta, como diría Paulo Freire, romper con la antidialogica y avanzar hacia una educación liberadora gestada en el vientre del pueblo mismo, en el que promovamos un proceso revolucionario “como una acción cultural dialógica que se prolonga en una revolución cultural, conjuntamente con el acceso al poder”. Desarrollando así un “esfuerzo serio y profundo de concienciación para que finalmente la revolución cultural, al desarrollar la práctica de la confrontación permanente entre el liderazgo y el pueblo, consolide la participación verdaderamente crítica de éste en el poder”.